Cuando
prestamos plena atención a esta parábola
de la oveja perdida nos vemos arrastrados a una decisión
sobre la profundidad del significado de la vida y de nuestra
propia manera de vivir. Como seres humanos nos estamos
“programados” para comprender quién
es Dios. Dios es totalmente incognoscible y está
muy fuera del alcance de cualesquiera categorías
en nuestra mente para buscar una explicación Todas
las religiones importante coinciden en este punto.
Sin embargo, en la fe cristiana, Dios puede conocerse
en términos humanos porque Dios vino a este mundo
como ser humano “y así puede ser conocido
en el lenguaje familiar de la experiencia terrena. Jesús
no vivía una existencia en paralelo con el mundo.
Entró plenamente dentro de nuestro mundo para transformarlo
con Su misión.
Así, a través de Jesús podemos saber
que este Dios misterioso más allá de toda
comprensión, “cuyo poder explosivo lanza
galaxias al espacio es el mismo Dios cuyo tierno amor
abraza a los desheredados, los desposeídos, los
desechados de la vida.” Ninguna otra parábola
expresa esta verdad radical, hasta desconcertante, más
clara e inequívocamente que la parábola
del Buen Pastor.
Cuando hablamos de la espiritualidad o de un camino espiritual,
estamos hablando del momento cuando llegamos a una comprensión
sobre la naturaleza de la realidad y entonces comenzamos
a amar esa realidad. Durante toda una vida es, como nos
dice Annie Dillard, “el corazón es duro de
cambiar, el corazón es lento en aprender”,
cómo amar y a quién amar.
Si bien es cierto que no estamos “programados”
para saber quién es Dios, sí estamos programados
para abrirnos a este misterio. Nacemos con una mordiente
“falta de plenitud, falta de ser completos, con
un vacío,” en el mismo centro de nuestro
ser. Estamos radicalmente abiertos al misterio y nos arrastra
allí nuestra sed por algo más, algo más
allá de nuestra existencia “encapsulada en
el ego”. Dice San Agustín: “Buscamos
un Misterio, Dios, con otro misterio, nosotros mismos”.
Las parábolas de Jesús nos dan una apertura
al misterio de Dios destruyendo nuestras percepciones
fijas de la realidad y alterándolas totalmente.
Las parábolas proporcionan espacio para Dios cuya
compasión siempre es una sorpresa, siempre un impacto
imaginativo.
La parábola del Buen Pastor corta rápidamente
al “meollo espiritual”. Sólo contiene
cinco frases. El tema de esta parábola de la oveja
perdida, como la moneda y el tesoro perdidos, es sobre
el “retorno”, sobre superar nuestra pérdida.
Es sobre hallar y ser hallado, sobre encontrar a Dios
y que Dios nos encuentre. Es la noticia bomba espiritual
de que Dios, a través de Jesús, causa nuestro
“retorno”. Esta parábola es sobre nuestra
reconciliación con el misterio sagrado, con lo
sagrado.
Cuando aceptamos este “retorno” nuestra liberación
tiene dos dimensiones, con nuestro “corazón
duro de cambiar”, la conversión personal
y la transformación social. Un giro hacia Dios
como el timón de la vida y una giro hacia los demás
con servicio compasivo. Una relación profunda con
Dios siempre nos vuelca al exterior para servir a los
demás.
Jesús nos lleva hacia “el aprendizaje lento
del corazón”, a quién amar, y cómo
amar cuando pregunta: “¿Qué pensáis?
Supongamos que un hombre tiene cien ovejas. ¿Si
una de ellas se pierde, no deja a las otras noventa y
nueve en la colina y va en búsqueda de la perdida?”.
Esto es al revés de lo que esperamos. Utilizando
el “materialismo de mal gusto” de nuestra
época, podríamos llegar al resultado opuesto.
¿Por qué dejar a las 99? Esta parábola
nos sorprende tanto porque rompe “nuestra inclinación
perenne de trazar líneas, marcar fronteras, establecer
jerarquías, mantener la discriminación.”
El Evangelio rompe todas las barreras. “La conversión
de los corazones es el gran igualador.”
Dejar a las 99 por la “una que falta” es comprender
nuestra vinculación universal con todos los seres
humanos. Es comprender que nuestra salvación y
liberación están entrelazadas estrechamente
con la salvación y liberación de los perdidos,
los pobres, los ignorados, los abandonados en los márgenes
oscuros de la sociedad. Cuando oímos en esta parábola
el gozo preferencial del Pastor-Dios por esta oveja perdida,
aprendemos la verdad misteriosa, que rompe los moldes,
que los pobres, los marginados, los que quedan atrás
sin esperanza son los amados por Dios. Jesús nos
dice esto claramente. “No es la voluntad de vuestro
Abba-Dios que se pierda ni una de estas pequeñas”.
Cuando prestamos plena atención a esta parábola
de la oveja perdida nos vemos arrastrados a una decisión
sobre la profundidad del significado de la vida y de nuestra
propia manera de vivir.
Esta Parábola en una invitación para participar
en el proyecto de Dios para la humanidad que llamamos
el Reino de Dios. El Reino de Dios es aquel espacio en
nuestros corazones y en la tierra donde ha ocurrido la
conversión - donde el “cambio duro
del corazón, el aprendizaje lento del corazón”
sobre cómo amar u a quién amar ha desatado
la energía más potente del universo -
el amor de Dios volcado sobre la tierra.
Hermana
Helene Hayes, Hermana Apostólica
|