La parábola del Buen Pastor

El dejar a las otras 99 por “una que falta” es comprender nuestra vinculación universal con todos los seres humanos. Es comprender que nuestra salvación y liberación están entrelazadas estrechamente con la salvación y liberación de los perdidos, los pobres, los ignorados, los abandonados en los márgenes oscuros de la sociedad. Cuando oímos en esta parábola del gozo preferencial del Pastor-Dios por esta oveja perdida, aprendemos la verdad misteriosa, que rompe los moldes, que los pobres, los marginados, los que quedan atrás sin esperanza son los amados por Dios. Jesús nos dice esto claramente. “No es la voluntad de vuestro Abba-Dios el que se pierda ni una de estas pequeñas.”

Cuando prestamos plena atención a esta parábola de la oveja perdida nos vemos arrastrados a una decisión sobre la profundidad del significado de la vida y de nuestra propia manera de vivir. Como seres humanos nos estamos “programados” para comprender quién es Dios. Dios es totalmente incognoscible y está muy fuera del alcance de cualesquiera categorías en nuestra mente para buscar una explicación Todas las religiones importante coinciden en este punto.
Sin embargo, en la fe cristiana, Dios puede conocerse en términos humanos porque Dios vino a este mundo como ser humano “y así puede ser conocido en el lenguaje familiar de la experiencia terrena. Jesús no vivía una existencia en paralelo con el mundo. Entró plenamente dentro de nuestro mundo para transformarlo con Su misión.

Así, a través de Jesús podemos saber que este Dios misterioso más allá de toda comprensión, “cuyo poder explosivo lanza galaxias al espacio es el mismo Dios cuyo tierno amor abraza a los desheredados, los desposeídos, los desechados de la vida.” Ninguna otra parábola expresa esta verdad radical, hasta desconcertante, más clara e inequívocamente que la parábola del Buen Pastor.

Cuando hablamos de la espiritualidad o de un camino espiritual, estamos hablando del momento cuando llegamos a una comprensión sobre la naturaleza de la realidad y entonces comenzamos a amar esa realidad. Durante toda una vida es, como nos dice Annie Dillard, “el corazón es duro de cambiar, el corazón es lento en aprender”, cómo amar y a quién amar.

Si bien es cierto que no estamos “programados” para saber quién es Dios, sí estamos programados para abrirnos a este misterio. Nacemos con una mordiente “falta de plenitud, falta de ser completos, con un vacío,” en el mismo centro de nuestro ser. Estamos radicalmente abiertos al misterio y nos arrastra allí nuestra sed por algo más, algo más allá de nuestra existencia “encapsulada en el ego”. Dice San Agustín: “Buscamos un Misterio, Dios, con otro misterio, nosotros mismos”.

Las parábolas de Jesús nos dan una apertura al misterio de Dios destruyendo nuestras percepciones fijas de la realidad y alterándolas totalmente. Las parábolas proporcionan espacio para Dios cuya compasión siempre es una sorpresa, siempre un impacto imaginativo.

La parábola del Buen Pastor corta rápidamente al “meollo espiritual”. Sólo contiene cinco frases. El tema de esta parábola de la oveja perdida, como la moneda y el tesoro perdidos, es sobre el “retorno”, sobre superar nuestra pérdida. Es sobre hallar y ser hallado, sobre encontrar a Dios y que Dios nos encuentre. Es la noticia bomba espiritual de que Dios, a través de Jesús, causa nuestro “retorno”. Esta parábola es sobre nuestra reconciliación con el misterio sagrado, con lo sagrado.

Cuando aceptamos este “retorno” nuestra liberación tiene dos dimensiones, con nuestro “corazón duro de cambiar”, la conversión personal y la transformación social. Un giro hacia Dios como el timón de la vida y una giro hacia los demás con servicio compasivo. Una relación profunda con Dios siempre nos vuelca al exterior para servir a los demás.

Jesús nos lleva hacia “el aprendizaje lento del corazón”, a quién amar, y cómo amar cuando pregunta: “¿Qué pensáis? Supongamos que un hombre tiene cien ovejas. ¿Si una de ellas se pierde, no deja a las otras noventa y nueve en la colina y va en búsqueda de la perdida?”. Esto es al revés de lo que esperamos. Utilizando el “materialismo de mal gusto” de nuestra época, podríamos llegar al resultado opuesto. ¿Por qué dejar a las 99? Esta parábola nos sorprende tanto porque rompe “nuestra inclinación perenne de trazar líneas, marcar fronteras, establecer jerarquías, mantener la discriminación.” El Evangelio rompe todas las barreras. “La conversión de los corazones es el gran igualador.”

Dejar a las 99 por la “una que falta” es comprender nuestra vinculación universal con todos los seres humanos. Es comprender que nuestra salvación y liberación están entrelazadas estrechamente con la salvación y liberación de los perdidos, los pobres, los ignorados, los abandonados en los márgenes oscuros de la sociedad. Cuando oímos en esta parábola el gozo preferencial del Pastor-Dios por esta oveja perdida, aprendemos la verdad misteriosa, que rompe los moldes, que los pobres, los marginados, los que quedan atrás sin esperanza son los amados por Dios. Jesús nos dice esto claramente. “No es la voluntad de vuestro Abba-Dios que se pierda ni una de estas pequeñas”.

Cuando prestamos plena atención a esta parábola de la oveja perdida nos vemos arrastrados a una decisión sobre la profundidad del significado de la vida y de nuestra propia manera de vivir.

Esta Parábola en una invitación para participar en el proyecto de Dios para la humanidad que llamamos el Reino de Dios. El Reino de Dios es aquel espacio en nuestros corazones y en la tierra donde ha ocurrido la conversión - donde el “cambio duro del corazón, el aprendizaje lento del corazón” sobre cómo amar u a quién amar ha desatado la energía más potente del universo - el amor de Dios volcado sobre la tierra.

Hermana Helene Hayes, Hermana Apostólica

 
Arriba | Casa | Para contactarnos