Relatos Personales de Hermanas


 



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HERMANA EDITH, HERMANA CONTEMPLATIVA

Me llamo Hermana Edith Olaguer. Soy filipina. Nací en un pueblo pequeño, al sur de Manila. Cuando tenía 9 años, gané un concurso de ensayos con este título: “Por Qué Quiero Ser Monja”. Según recuerdo, tenía 2 razones. Las Hermanas parecían muy lindas (las monjas Benedictinas en su hábito blanco y negro debían parecer tan elegantes para una niñita cuyo uniforme del colegio siempre estaba arrugado como resultado de jugar bajo el sol filipino) y, parecía que lo sabían todo. ¡No es chocante que me dieron el primer premio! Una evaluación psicológica hecho en aquel entonces, sin embargo, hubiese dado un resultado muy distinto antes de recomendarme a cualquier directora de vocaciones.

Aún me veo a mí misma durante una clase de religión, un día, en el colegio superior (las Benedictinas me enseñaron hasta que me titulé en la Universidad) muy perpleja sobre la voluntad de Dios. Debía aceptarla pasase lo que pasase. Punto. Mis pensamientos eran: “Si es cierto que Dios me ama, entonces, El (en aquel entonces no había lenguaje políticamente correcto) me preguntaría sobre lo que yo pensaba, lo que prefiero, lo que no puedo hacer y podemos tener un diálogo. No soy una pieza en una tabla de ajedrez...el amor no es así. El amor es cortés No sé de donde surgieron estos pensamientos y sentimientos tan fuertes pero sé que la Hermana Margarita me llamó para una tarea de recitación y debía tener una mirada atontada porque me mandó estar de pie en el rincón del aula. (Claro, a través de los años muchas veces tuve que viajar al rincón de un aula).

En mi segundo año universitario, escuchaba una conferencia sobre el Agradecimiento cuando de repente relampagueó esta pregunta: ¿le he dado gracias a Dios? Cuando acabó la clase, caminé hacia un rincón de la capilla, oculta por una enorme estatua de la Santísima Virgen. En su sombra le hice a Dios esta pregunta: ¿Cómo puedo realmente darte las gracias? Imágenes pasaban por mi mente. Centenares de ellas. Dejaron atrás un espacio tan vacío, tan calmado, me quedé limpia de todo pensamiento. Entonces, y no sé cómo explicarlo porque no escuché ninguna voz, no vi nada, no estaba pensando sino que sencillamente entendí: “Hazte monja. Mi respuesta fue rápida: “Eso no”. Mi corazón, que ya estaba revuelto debido a una incapacidad “crónica” de alinearse con la manera con que se interpretaban algunas verdades de la fe (por ejemplo, la voluntad de Dios, como ya dije arriba) se convirtió en área de desastre. No sabía si “Hazte monja” era la voluntad de Dios o la necesidad de seguridad del ego. ¿Estaba siendo escogida o era yo la que estaba escogiendo? (Mat, 22:14) Yo no sabía entonces que la iniciativa siempre procede de Dios - no podemos siquiera llamar a Dios si el Espíritu no está cerca (1 Cor. 12:3) ¡Caramba! Un par de meses después, o tal vez un año, hablaba con la anterior Maestra de Novicias de mi hermana (que entró y luego salió de las Benedictinas) y le pregunté sin más qué haría ella si yo me hiciese monja. La Madre Assumpta exclamó: “¿Tú?”. Conteniéndose, añadió cortésmente, “Sólo tienes 16 años”. Y dije, “Pero los sabios dicen que la Santísima Madre se convirtió en Santísima Madre cuando sólo tenía 13 años”. Con una finalidad exquisita declaró: “Querida, tú NO eres la Santísima Virgen”. Me sentí como un trapo estrujado.

En una de nuestras conversaciones familiares poco después de esto, me madre casi se cae de su silla cuando le dije “Si yo me caso, tal vez me gustaría tener 9 maridos”. Horrorizada, me dijo, “Entonces, por favor NO te cases.” Pero verás, esta declaración era el fin lógico de pensamientos tejidos durante muchísimo tiempo en mi corazón y mi mente, que recuerdas, en aquella época eran todavía una zona de desastre, y yo no tenía capacidad decisoria y/ o no era adepta con herramientas de sabiduría. Añadido a este conflicto eran las noticias continuas sobre el divorcio y matrimonio, matrimonio y divorcio de Elizabeth Taylor. ¡El lío que me hice!. Sin embargo, yo realmente comprendía como ella podría cansarse de éste o aquél matrimonio y querer escaparse - y más importante, pensé que yo sería capaz de hacer lo mismo. Pero “El amor no es amor que cambia cuando se enfrenta con cambio”. El instinto me decía que ésta era una verdad profunda. Y yo quería lo auténtico. Adivina lo que surgiría de ese espacio interno, tan calmado, tan vacío, cuando tenía tantos dilemas: “Nadie podrá satisfacerte jamás. Sólo Jesús puede.” No es de extrañar que encontrase la solución de los 9 maridos.

Otro día, poco antes de finalizar mis estudios universitarios, según recuerdo, estaba leyendo el Camino de Perfección, (¿o era El Castillo Interior?) de Santa Teresa de Ávila. En una de sus páginas, cambia en su diálogo con el lector y se vuelve hacia Aquél que ella llamaba El Señor Jesucristo. Ella Le dice, “Quiero ser el tipo de esposa para ti que sufre cuando tú sufres y se alegra con lo que Te alegra.” O algo así (no encuentro la página ahora o lo citaría directamente). Pero recuerdo que de repente entré de nuevo a ese “espacio” interior y me dije “Yo realmente también deseo tanto eso mismo”. No lo sabía entonces, pero mirando atrás, Jesús se había hecho muy verdadero para mí, una parte integral de mi vida diaria, especialmente en los entornos interiores. Yo era parte en un diálogo, tenía opciones que comparar y con mucha ayuda de Él (escuchando las historias de otros y enfrentando, nombrando y formando lazos con mis propios miedos, etc.) realmente podía tomar decisiones por mí misma.

Mis preguntas no habían acabado. En mis momentos lúcidos, no podía decir que amaba a Dios porque en general mi comportamiento mostraba claramente que eso no era cierto. ¿Cómo podría ser monja, o siquiera, decir “Te amo” a cualquiera en un matrimonio cuando sabía que no podía “sufrir cuando tú sufres y alegrarme con lo que te alegra? Yo haría lo mismo que Elizabeth Taylor cuando se presentasen las dificultades. Sólo en los últimos años esto se ha resuelto para mí. En 1 Juan 4:10 escribe el autor: “Esto es amor; no que amamos a Dios, sino que El nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio penitente por nuestros pecados.” Por fin empecé a comprender que no tengo que medir según mi amor, que sé de hecho que es minúsculo y se cansa fácilmente. Lo que importa es el amor de Dios, y el permitir que ese amor de Dios se haga carne y hueso en mí. Es una mejor sensación, se puede creer más fácilmente, ¿verdad?

Ésta es la versión corta de cómo llegué desde allí (Por qué quiero ser monja) hasta aquí (ser una hermana contemplativa). El relato es largo y parece que voy a alta velocidad. Pero aún tengo que explicar el por qué del Buen Pastor (y creo que tengo que decirlo en menos de 500 palabras y puede que las haya pasado ya). Pero déjame decirte esto: al unirme a una comunidad religiosa cuyo modo de vivir es contemplativo, no se me ocurría que estaba sacrificando mucho. Al contrario. La única realidad que quemaba mi corazón y continúa ardiendo con una llamarada bien alta es la posibilidad de ser amada, de saber lo que es ser hija de Dios y compartir ese amor y conocimiento con otros. Si sólo tuviera este conocimiento durante un solo día, me dije a mí misma hace más de 25 años, estaría contenta. Esto me ha centrado y vitalizado hasta ahora mismo.

¿Por qué un modo de vivir contemplativo? ¿Soy una mujer casera por naturaleza? Tal vez. Pero también es porque necesito estar con otras que piensan igual para que podamos apoyarnos mutuamente dentro de una estructura que da ánimos para la oración, conocimiento de una misma, y amor verdadero mutuo. Porque necesito una disciplina estructurada que me pide cuentas de mi transformación en Cristo, la evangelización más eficaz a mi modo de pensar, es para lo que estamos mejor dotadas.

¿Por qué una Hermana Contemplativa del Buen Pastor? Bueno, un día leía a San Juan de la Cruz. (Espera, que tengo la página marcada en mi libro...) Aquí está—el comentario al verso 23 del Cántico Espiritual. “El amor verdadero y perfecto no sabe mantener nada oculto del amado. (Jesús) le comunica, dulces misterios de su Encarnación y de las vías de la Redención de la humanidad, que es una sus obras más altas, y por tanto más deliciosas. Al margen del libro escribí, “Esto es lo que María Eufrasia, fundadora de las Hermanas del Buen Pastor tiene como centro.” Según lo veo ahora, Jesús una vez más estaba hablando conmigo, preguntándome qué quería hacer con mi vida. Pensé en la visión de Santa María Eufrasia que todos somos llamados a tener la amistad más intensa con Dios, no importa de donde procedamos, sin importar lo que digan los demás. El amor de Dios supera a todas las categorías humanas. Decidí seguirle a ella y a otras que, como ella, consideran a todo ser humano digno hasta el punto de sacrificar nuestras vidas. Apunté a lo más alto.

Cuando tenía 10 años quería leer sin parar. Está bien, me atrevo a decirlo.
Cuando tenía 20 tantos años soñé que viajaría por todo el mundo y ver aquellos lugares que estudié en los libros de historia. Hice algo de eso.

Cuando tenía 30 y tantos años, soñé que ensayaría sin parar hasta poder tocar el Tercer Concierto para Piano de Rachmaninoff. Escuchar a Martha Algerich tocándolo me da experiencias más que satisfactorias.

Pero aún antes de cumplir los 9 años, tuve una breve visión de lo bueno que es Dios. Esto creó en mí una sed enorme que nunca se ha satisfecho. Y entonces me mantengo firme en el sueño de que un día, se me permitirá, aún aquí en la tierra, ver la cara de Dios en cada estrella, en cada cara humana y cada lágrima temblorosa. Quiero saber en mi corazón que pertenezco a todos y a todo, y que todos y todo forman parte de mi ser. Cuando sufran otros, yo sufro, cuando uno cae en desgracia esa desgracia es mía. Quiero vivir en la vida diaria el hecho de que todo lo que anhelo ser, ya lo soy.

Sospecho que esto tiene algo que ver con lo que llamamos - la voluntad de Dios para toda la Creación.

 
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